Crisis: fariseos y publicanos
Todavía,
después de dos largos y penosos años de crisis económica, con sus
secuelas de paro, cierres de empresas, empobrecimiento y
desregularización de los contratos y de las condiciones de trabajo,
muchos siguen proponiendo su condena más tajante y señalando culpables.
El dedo con que señalas, vuélvelo hacia ti.
Aún sabiendo que esta crisis, como otras, es fruto de un capitalismo
salvaje y carnívoro, cada cual debía callar un poco y preguntarse a sí
mismo por lo que ha aportado y está aportando a esta crisis en forma de
silencios cómplices y apoyos interesados. Esta historia nos lo recuerda:
«Una
mañana, todo el barrio apareció lleno de pintadas que decían: Ha muerto
el culpable de todos los males del barrio y puede visitarse en el
Tanatorio Provincial. Todos los vecinos quisieron identificar al
causante de todos sus males, así que, uno a uno, fueron pasando por
delante de un ataúd en cuyo interior alguien había puesto un espejo, así
que, al mirar, cada uno veía que, al mirar, cada uno veía su propia
cara». La autoría de la crisis hay que achacarla al capitalismo,
pero incluyendo en él a todos los que se han dejado construir el corazón
con sus mismas fibras, el egoísmo y el afán de ganar, gastar y gozar
insolidariamente.
La parábola del fariseo y el publicano
(Lucas 18, 9-14). Quienes lean esta parábola que Jesús dirige a quienes
“teniéndose por justos se sienten seguros de sí mismos y se olvidan de
los demás”. El fariseo representa al hombre que pretende sentirse en
bien con Dios, mientras se desentiende de sus semejantes. El recaudador
de impuestos, consciente de que vive para el dinero, pide perdón. Este
último sale reconocido por Jesús, mientras que el fariseo sale como
entró, con su justicia, pero sin la de Dios, y acusado de hipócrita.
Los fariseos-publicanos de hoy.
En la cultura religiosa en la que Jesús propuso esta parábola, la
hipocresía consistía en presumir de cumplir la ley de ser honrado. Pero
hoy, en esta cultura secular e individualista, lo que se aplaude y se
busca, porque abre el camino del éxito, es el rechazo de las normas
éticas más básicas y humanistas, y la afirmación de la autonomía y la
libertad individual, vividas desde la más vulgar indiferencia religiosa.
De esta forma, el publicano y el fariseo se han fundido en una
personalidad adulterada, que siempre cree tener razón, que posee en
exclusiva la verdad y se sirve de ella para juzgar y condenar al otro;
que siempre cree tener las manos limpias, a pesar de ser insolidaria y
poco dada a sacrificarse por los demás; que no siente la necesidad de
cambiar, ni de arrepentirse de nada, ni de admitir su responsabilidad en
ninguna injusticia; que aprecia tanto su bienestar y seguridad que no
lo va a poner en juego por ninguna causa. El publicano-fariseo de hoy,
quiere cambiar las cosas y lograr una sociedad más justa, pero iluso de
él, sin cambiar él.
Hay que recuperar la alegría olvidada de quitarnos las máscaras.
El hombre de hoy, hace todo lo posible por sacudirse de encima la
culpa. Lo más progresista es suprimir toda experiencia de culpa. La
parábola en cuestión nos recuerda que el camino más sano y liberador,
también hoy, es hacer lo que aquel recaudador: no ponernos máscaras. El
arrepentimiento de que nos habla la parábola, mira al futuro, confía en
el perdón de Dios y de los otros y abre la esperanza de una vida
renovada que haga posible una vida solidaria y coloque, en el centro de
nuestras prioridades, las necesidades de las personas, especialmente las
de los más empobrecidos.
(Escrito por José García Caro
Noticias Obreras nº. 1514)
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