El 7 de octubre se celebra la Jornada Mundial por el Trabajo Decente.
Como afirma la OIT, además de generar un ingreso, el trabajo decente sintetiza
las aspiraciones de los individuos durante su vida laboral.
En el ámbito mundial, hay pocos
indicios de que se ponga fin a la crisis del empleo. Esta crisis ha acelerado
la presión sobre los salarios y las condiciones de trabajo, y ha aumentado la
brecha de las desigualdades. Según datos de OIT, más de 200 millones de menores
se ven obligados a trabajar como esclavos. Desde 2008 se han perdido cerca de 50
millones de empleos; 205 millones de personas viven sin empleo en todo el mundo
y cada puesto de trabajo perdido representa un drama humano. Otros 870 millones
—la cuarta parte de los trabajadores de todo el mundo— trabajan con empleos
precarios, cuyos ingresos no les permiten superar el umbral de la pobreza en sus
hogares.
En Europa la tasa de desempleo es del
11% y los empleos precarios alcanzan ya el 20%, según datos de Eurostat. El desempleo
juvenil (22’8%) es alarmante y los mismos jóvenes piensan que no hay futuro
para ellos. Estos datos constatan que el
mundo del trabajo y las familias trabajadoras son hoy el núcleo del descontento
de nuestras sociedades. El trabajo, que es un bien fundamental para las
personas, se está convirtiendo en empleo precario e indecente, que sacrifica a
los trabajadores y trabajadoras al dios de la competitividad y del mercado. Las
personas y sus derechos se ven sometidas a las exigencias de una economía
indecente y nos hacen creer que esto es algo natural, normal y necesario.
La
solución para lograr la justicia social pasa hoy, por abordar el tema del
trabajo digno de manera urgente. La consecución
de la meta del trabajo decente en la economía globalizada, requiere la adopción
de medidas en el plano europeo e internacional. Pero constatamos que la Unión Europea
no pone en el centro de sus decisiones la situación de precariedad de un enorme
número de familias en la mayoría de nuestras naciones.
Ante esta situación, desde el Movimiento de Trabajadores
Cristianos de Europa (MTCE) queremos hacer un llamamiento a nuestras Iglesias
particulares y nacionales, y a la ciudadanía en general, para que tomemos
conciencia y nos comprometamos en defender la dignidad humana; es el momento de
la participación, de la política, de la responsabilidad. Los trabajadores y
trabajadoras del mundo entero hemos de alzar la voz reclamando el derecho a un
trabajo decente y a una vida decente. Hemos de reivindicar, desde nuestros
movimientos y organizaciones, una economía al servicio de la persona, un
trabajo decente y condiciones de vida dignas para todas las personas y familias.
Como nos recordaba recientemente el Papa Francisco:
“La sociedad no es justa si no ofrece a todos un
trabajo o explota a los trabajadores. ¡El
trabajo nos da la dignidad! Quien trabaja es digno, tiene una dignidad
especial, una dignidad de persona. (…) “No pagar lo justo, no dar trabajo, porque sólo se ven los balances, sólo se ve cuánto provecho puedo sacar...
¡Esto va contra Dios! Las personas son menos importantes que las cosas que
producen beneficio para los que tienen el poder político, social, económico”.
(Homilía del Papa Francisco. 1 de mayo de 2013)
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