22 de mayo: ¿elecciones, para qué?
Todos
estamos convocados para elegir a nuestros representantes en los
municipios y en la mayoría de las comunidades autónomas. Convocatoria
que nos llega cuando la imagen de los partidos políticos y los políticos
es una fuente inagotable de corrupción, de incumplimiento de las
promesas electorales, de afloramiento de lo más bajo y ruin que hay en
el proceder humano. Sorprende y angustia que ante las acusaciones de
corrupción que se lanzan unos a otros, la respuesta sea «y vosotros
más», como si la corrupción ajena justificara la propia. Y debería
hacernos reflexionar que, según el barómetro del CIS del pasado febrero,
la clase política y los partidos políticos sean el tercer problema para
los ciudadanos, precedido sólo por la crisis económica y el paro.
Esta
visión no sería completa si no caemos en la cuenta de que en la
decisión electoral de los ciudadanos se ha instalado un proceder
perverso: los corruptos vuelven a ser elegidos abrumadoramente, como si
recibieran un premio por su corrupción.
En
este contexto nos llaman a votar y en este contexto nos preguntamos:
¿para qué? Nuestra respuesta es que hay que participar y votar.
Estamos
convencidos de que no tenemos conciencia del momento histórico que
estamos viviendo. La historia se referirá a él como la era del triunfo
del mercado, como el proceso en que todo fue sometido a la racionalidad
del mercado. La racionalidad del mercado consiste en dos cosas: una,
todo se puede comprar y vender. Dos, todo tiene un solo objetivo: la
eficiencia económica. Y se está construyendo siguiendo distintas fases.
En
la primera, se ha convencido a los Gobiernos de que era necesario
eliminar todo control sobre la actividad económica. El resultado ha sido
la mayor crisis económica de la historia; los culpables: el poder
financiero y los Gobiernos.
En
la segunda, han uniformado el quehacer político de los Gobiernos
haciendo desaparecer las diferencias entre los distintos proyectos
políticos. El resultado ha sido la entrega al mercado de los sindicatos y
de la clase obrera convenientemente atada y amordaza; los recortes
sociales, la privatización de servicios básicos y la disminución
progresiva del Estado del Bienestar. Los culpables: el poder político,
los Gobiernos.
En
la tercera, que es en la que estamos, se pretende romper
definitivamente la confianza entre los ciudadanos, la política y los
políticos; lograr la desafección total entre los ciudadanos y la
política. Angustia y acongoja que, según el mismo barómetro y
sorprendentemente, la corrupción y el fraude sólo es un problema para el
3%, y la crisis de valores para el 2,5%. Es decir, para nadie.
El
resultado es el sometimiento de todo al mercado: economía frente a
mercado; política frente a mercado; individuo frente a mercado en aras
de una eficiencia económica que, se olvidan de señalar, es sólo para
unos pocos; que condena al hambre a miles de millones de seres humanos;
que ha destrozado el planeta; que, cada vez más, necesita de conflictos
bélicos permanentes para mantenerse, y que precisa destruir todo
vestigio moral, ético y religioso que pueda suponer una limitación para
la hegemonía del mercado. Todo esto supone una nueva concepción, del
mundo y del hombre, profundamente materialista, amoral, economicista,
perversa y antihumana. Esta concepción es uno de los principales
problemas que tenemos la Iglesia para que el Evangelio sea tenido en
cuenta como propuesta de vida plena y definitiva.
La
respuesta a la pregunta «¿Elecciones, para qué?» es: para reaccionar
como seres humanos, para oponernos a la destrucción de la naturaleza
humana; para recuperar el sentido de la honradez, la moral y la ética;
para construir un mundo en que los seres humanos podamos ser felices. La
política, otra política, es el principal instrumento que tenemos para
liberar a la economía, a la política y al hombre de la tiranía del
mercado.
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